lunes, 28 de marzo de 2022

Ocuparon mi Piso y mi Culo

Cuando nos enteramos de que en el piso que teníamos a las afueras de la ciudad y que habíamos comprado hace dos años con la idea de alquilarlo más adelante, habían entrado unos ocupas, se nos cayó el alma a los pies y el disgusto y la preocupación fueron enormes. Tras hacer varias consultas y ver lo complicado y lento que podía resultar el desalojarlos, una tarde me decidí a ir a hablar directamente con ellos. Fui sola porque mi marido estaba fuera por trabajo y quería sacarlos de mi piso cuanto antes. Llamé a la puerta y me abrió un tipo con una pinta infame, andrajoso, con greñas y agujerado con piercings y pendientes por todos lados. Posteriormente me enteré de que era un elemento de cuidado; procedía de uno de los barrios más degradados de la ciudad y había estado varias veces en la cárcel por robo con fuerza, agresiones y atentado a la autoridad. Le llamaban el “sordo”. Tras explicarle quien era y conminarle, de manera firme pero educada, a que desalojaran la vivienda, el tipo se me quedó mirando un momento de arriba abajo y me dice que ni de coña, que están en su derecho, que la ley los ampara y que piensan quedarse mucho tiempo. Desquiciada y frustrada me encaro con él, ya de peores modos, y le exijo que abandonen mi piso, a lo que directamente me responde: “vete a tomar por culo”. Le replico: - Por culo te vas a tomar tú. - Yo no tengo ese vicio -me contesta- pero a ti sí que te voy a encular para que sepas lo que se siente cuando mi torpedo revienta en el intestino de una puta perra como tú.


Me quedé estupefacta, indignada, aturdida y asustada, aunque en el fondo noté un tímido e incipiente amago de morbo, como un pequeño hormigueo, y no se me ocurrió otra cosa que decirle, con lo que pretendía ser sorna y se quedó en una patética muestra de impotencia: - ¡Hombre, ya era lo que faltaba, primero se mete en mi piso y ahora quiere meterse en mi culo!

Tras una mínima pausa en la que ese delincuente pareció reflexionar, me dice: - Bueno... eso igual lo podríamos ver, lo del piso, digo. Meterse en todo tal vez sea algo abusivo. No te digo yo que si optamos por el culo no haya que valorar el salir de la casa.
- Pero ¿Qué dices?
- Que estoy pensando que igual podríamos llegar a un trato: si tú aceptas que te dé por el culo yo estaría dispuesto a desalojar la vivienda.

Inicialmente puse la cara de mayor indignación de la que fui capaz, la que se supone debe corresponder a una víctima de tan descomunal ofensa, pero no pude evitar que, como un flash, pasara durante un segundo por mi imaginación la imagen de verme sodomizada por ese cerdo, y el hormigueo iba subiendo de intensidad y ya casi era como un calambrazo que parecía producirme crecientes sacudidas. Por otro lado la posibilidad real de solucionar el problema y desalojar la vivienda también era una motivación potente para valorar la propuesta, así que abandonando la primera reacción de sentirme ultrajada y le dije: - En el supuesto de que aceptara ¿cuándo abandonaríais el piso?
- Pues una semana después de que empecemos el tratamiento.
- ¿El tratamiento?
- Sí. Claro. No solo sería una vez. El trajín deberá ser por lo menos cinco días a la semana durante dos meses. Y eso siempre que mis colegas estén de acuerdo.
- ¿Cómo que tus colegas?
- Sí. El moro Ahmed, el moreno Babu, y el gitano rumano Alexandru. Los cuatro compartimos esta casa y a ellos se lo tengo que decir, aunque no te preocupes, aquí se hace lo que yo decido. A ver ¿quieres que se lo diga?
- Pero dos meses es mucho tiempo... cinco días… (Le propongo yo)
- El que algo quiere algo le cuesta y además ya verás cómo te va a saber a poco. ¡Qué! ¿Hablo con ellos?

Puse cara como de resignación acompañada de disgusto y encogiendo un hombro le dije: - ufff, bueno.

A los cinco minutos apareció de nuevo: -Bueno, ya está. Me ha costado. Lógicamente les planteé que ellos también iban a participar, pero... que no, que si estaba loco, que como iba a cambiar el piso por meterla en el culo de una puta perra... Les expliqué que follar por el culo a una señora fina y elegante no se consigue todos los días. Pero ni con esas. Que si no dejas de ser una sucia furcia a la que ni un perro se tiraría, que ellos están servidos con la Pita, la lumi de confianza... Así que tuve que explicarme de otra manera... ya me entiendes... Eso sí, les di la garantía de que podrían disponer de tu culo como les venga en gana. El trato está cerrado: veinte minutos cada uno, cinco días a la semana durante dos meses, y si empezamos mañana, en una semana estamos fuera de aquí. ¿Tienes un sitio donde poderte trajinar?

El trato fue tan brutalmente vejatorio, me sentí tan humillada, tan degradada, que hasta noté una sensación de placer morboso en ser tratada de forma tan denigrante, y en lugar de ofenderme, o como mínimo protestar por la imposición de toda esa barbaridad de nuevas condiciones, lo único que le contesté fue: - Sí. Tenemos otra casa en una zona de la periferia de la ciudad, donde mi marido y yo apenas somos conocidos y donde la movida que se avecinaba podía pasar más desapercibida.

En esto que aparecen los otros tres especímenes por la puerta. ¡Menudos pintas! ¡Vaya cerdos, cochambrosos, malolientes, zafios, bastos, macarras...! ¿Y estos son los que me la iban a introducir en el ojete? También me miran de arriba a abajo con cara de asco y uno que debía ser el gitano rumano dice: - ¡Me cago en todo. Es mucho peor de lo que creía. Pero si es más vieja de lo que me imaginaba! Entonces “el sordo” brusca y rápidamente se me abalanza, me rodea con sus brazos por detrás y me sube la falda dejando al descubierto las nalgas que por supuesto el minúsculo tanga que llevaba no cubrían. Agarra violentamente cada una de mis nalgas con una mano y las separa firmemente junto con la cinta del tanga, dejándome con el ano a la vista de sus compinches y, sin dejar de apretujarse contra mi cuerpo, les dice: - ¿Y de esto qué me dices? Ya sé que no es ninguna jovencita, pero ¿qué me contáis de este culo? ¿Acaso no es aún más que aprovechable?


Y mientras tal decía, el dedo corazón que tenía presionándome el ano, me lo mete de golpe, entero, por el culo. No puedo evitar dar un grito, malamente contenido, ante el dolor y la sorpresa que me produjo semejante inesperada y violenta clavada.

- Gordito, carnoso, buenos glúteos y aún firmes. ¿Me vais a decir que no os vale para endiñársela aquí dentro -se explicaba mientras removía su dedo cada vez más virulentamente en mi interior- ¿Creíais que no me entero, que no tengo ojos? Es solo para usarla y que con la boca os haga un buen lavado de la polla después de follarle el culo, que para eso bien que vale.

Ya no podía más. Me habían reducido a la categoría de ganado despreciable, de objeto, para unos repugnante y desechable, para otros al que aún se le podía dar cierto uso. La más abyecta y nauseabunda escoria de la sociedad disponía de mi cuerpo como les placía al tiempo que me vejaban con sus humillantes comentarios. La situación se me había ido totalmente de las manos y nunca había caído tan bajo. Empecé a llorar. El “sordo” viendo en peligro su plan retira el dedo de mi culo y me dice: - No te pongas así, que estos son un poco brutos y no entienden de nada. No les hagas ni puto caso. Yo solo quería demostrarles que sí que vales, que estás muy buena.
Ya verás que bien lo vamos a pasar.

Me marché. Llorando, rota, aturdida y traumatizada. Antes, “el sordo” me da un papel: -Es mi número de teléfono. Cuando se te pase el sofoco me llamas, que en breve, cuando te empieces a imaginar cabalgada por cuatro pollas bravas, cambiarás los lloros por la humedad y el ardor que vas a sentir en el coño ¡cariño!
Y de despedida me da un buen apretón con su manaza en mi nalga izquierda.

Al llegar a casa, tuve que disimular todo lo que pude ante mi marido, cuando me llamó por teléfono para interesarse por cómo me había ido con los ocupas del piso. Y de forma vaga le contesté que dentro de lo que cabe parecía gente razonable y que me dijeron básicamente que les diera un tiempo para buscar una alternativa residencial. Lógicamente no me extendí mucho más, ni ganas que tenía, y él tampoco inquirió mucho más, ni se percató de mi estado de alteración, y ahí quedó la cosa. Durante el resto de la jornada las sensaciones desbocadas que me produjo la experiencia hicieron que la cabeza me quisiera estallar, los nervios me corroyeran, el corazón palpitara descontrolado, el pensamiento se me bloquease, y el culo, todo hay que decirlo, me escociera un montón. Presa de semejante tensión y ansiedad solo venían a mi mente oleadas de flashes: la humillación, la degradación recién sufrida, el dedo en el culo delante de todos, el piso, las vejaciones, la propuesta, el dedo en el culo, el desprecio, el “ya verás que bien lo vamos a pasar”, el sentirme una puta arrastrada, el dedo en el culo, la idea de ser sodomizada por cuatro simios como aquellos durante dos meses, el dedo en el culo, el problema del desalojo resuelto, el dedo en el culo, la cara de lascivia de los tres energúmenos ante la forzada apertura y exposición de mi... el dedo en el culo... dentro... todo dentro... moviéndose... girando... apretando... presionando... dentro... hasta el fondo... los otros viendo, gozando... y... a partir de mañana los cuatro a montarme, a cabalgarme... yo a cuatro patas y ellos por turno empotrándome sus miembros en mi trasero... yo boca arriba mientras uno de ellos agarrándome por los tobillos me levanta y separa las piernas para acto seguido perforarme el ano... yo, pasiva y sumisa, aceptando mansamente ser la furcia de cuyo culo los cuatro patanes usan a discreción... yo, pasiva y sumisa... excitándome cada vez más... calentándome cada vez más... sintiendo que de la tensión y el enervamiento pasaba a la agitación y el sofoco. Cuando me di cuenta tenía el sexo empapado.

Mis pensamientos me habían llevado a un estado de excitación tal que yo misma no pude evitar llevarme dos dedos al culo y también meterlos. Al tiempo que los agitaba, recordaba el trabajito que hacía unas horas me había hecho “el sordo” y pensaba que después de todo yo, mi cuerpo, o cuando menos una parte de él, era objeto de deseo, de interés, era apetecible para ciertos hombres, sería algo que iba a dar placer, algo que haría disfrutar. Necesario para que ellos gozasen y se corriesen. Precisaban meterla y me la iban a introducir a mí. Yo los iba a recibir dentro de mi cuerpo en el que ellos finalmente aceptarían que retozasen sus falos. Su esperma lo iban a dejar en mi interior. Se iban a correr en mi culo. Yo era, por tanto, algo válido y apreciado. Valorado y necesario. Yo sería la receptora de su descarga seminal. ¡Yo! a mí me querrían, me buscarían, me tratarían, me sodomizarían... me... me... me reventó y me atravesó por todas las células del cuerpo tal explosión de placer que ya no sabía si era un orgasmo o la descarga eléctrica de una línea de alta tensión. Acabé jadeante, empapada y exhausta, pero sorprendentemente no se había apagado mi calentura. Agarré el teléfono y llamé al “sordo”.

miércoles, 23 de marzo de 2022

Encuentro con el Vecino - 2a. Parte

Según me comentaba mi marido, lo que le pasó con ese encuentro en el bar con ese vecino fue genial y a la vez sorprendente, de ninguna manera se hubiera imaginado aquella situación pero ahí estaba ese buen señor, ya mayor, pero con una cara de guarro vicioso que le asombró de entrada pero que luego después de analizarlo con más calma y darle algunas vueltas al asunto, le puso todo burro saber que este abuelo vicioso y sus amigos sabían de las exhibiciones que yo hacía y que ya me habían visto en repetidas ocasiones. Sigo contando desde donde lo dejé la otra vez,(Relato anterior del Encuentro con el Vecino) cuando mi marido estuvo en el bar hablando con ese señor y cuando salió del bar estuvo dando una vuelta para poner en orden sus ideas y planear algo para que yo hiciera y que incluyera al vicioso abuelo mirón.

Cuando mi marido llegó a casa me dijo que esa misma noche quería que yo hiciera una sesión de exhibición; él quería que me pusiera bien guapa y sobre todo muy sexy pues quería que me exhibiera en la venta para los vecinos. Sabíamos que había al menos dos tipos que teníamos identificados que nos espiaban cuando jugábamos a exhibirme, uno era un hombre joven de treintaytantos a cuarenta años, que vive con sus padres y otro que sabíamos pero que nunca habíamos visto y que ha resultado ser nuestro amigo el abuelo vicioso.


Mi marido no quiso contarme el encuentro que había tenido con el viejo en el bar, por el momento decidió esperar y no decirme nada, porque sabe que si me lo contaba me iba a poner cachonda como una cerda y quería que estuviera calmada, eran solo las 6 de la tarde y quería que yo empezara a exhibirme cuando empezara a anochecer. Yo como no sabía nada de ese encuentro que había tenido en el bar con el viejo vecino mirón, inocentemente le digo que el chico, como le llamamos al más joven, no debía de estar, porque hacía varios días que no le veía. Al decirle eso, mi marido me dice que le gusta lo zorra que soy porque, entre otras cosas, ando pendiente del vecino mirón. Vale, me da igual que no esté, ¿y el otro? Me pregunta. No sé del otro, ya sabes que no se muestra, le digo. Poco podía yo imaginar lo que tenía en mente mi marido, y que a partir de ahora iba a ver cómo se me iba a mostrar; se te va a mostrar tanto que quizá le invite a casa una tarde o le diga que nos invite a la suya para que le hagas un pase de exhibición en exclusiva. Esto es lo que pensaba mi marido y que después me confesó, pero de momento no me dijo nada... Solo quería ir disfrutando paso a paso deleitándose en los detalles.

Está bien me dice, esta noche te vas a exhibir para los vecinos y no se hable más, ¿lo entiendes? Sí, le digo yo. Y ahora ven aquí; mi marido estaba sentado en una silla y yo estaba semitumbada en el sofá. Me levanté y fui hacia donde él estaba, me acercó a él y metiéndome la mano entre las piernas empieza a tocarme el clítoris, al momento yo reaccionó, humedeciéndome, mi marido sabía que si seguía un poco más, me mojaría toda como una guarra, así que siguió un poco más abriéndose paso con sus dedos entre mi raja, y yo solo podía abrirme más y me mojaba cada vez más, luego, mi marido, va y me dice: hazme una mamada. Cosa que hice al momento.

Después de correrse en mi boca y de tragarme todo su semen, me dio unos azotes y me dice que le contara que ropa tenía para ponerme esa noche para exhibirme a los vecinos, sin saber que me iba a exhibir al abuelo guarro y vicioso, aunque yo no sabía nada, de momento.


Así que después de correrse en mi boca y dejarle la polla reluciente y ya descargado de su calentura, estuvimos un rato viendo la tele, pero mi marido no se relajaba, cada vez estaba más cachondo, así que me dijo que me pusiera algo porque íbamos a dar una vuelta por el barrio. Y así caminando podría contarme el encuentro que había tenido en el bar de la esquina con el viejo cerdo mirón.
Hacía calor así que me puse un vestido de verano muy ligero, un poco ancho de vuelo y a media pierna, de tirantes y unas sandalias de cuña, el vestido se me clareaba al trasluz y por supuesto iba sin bragas. Estuvimos paseando tranquilamente y tomando unas copas en una terraza, a mí me gusta el baileys, me pone bien cachonda, después dimos otro paseo y ahí empezó a hablarme del encuentro que había tenido con el vecino mirón. Según me lo iba contando podía sentir como se sentía un poco avergonzado, pero se iba poniendo cada vez más cachondo, me decía que en la noche iba a exhibirme para el viejo mirón y quería que fuera muy cerda, quería ver cómo me abría de piernas y le enseñaba todo el coño y también quería verme masturbarme para el viejo. Yo no decía nada, solo escuchaba y asentía con la cabeza por lo que terminó preguntándome si yo estaba entendiendo bien lo que me estaba diciendo. A lo cual le digo que sí. Lo entiendo bien. Muy bien así me gusta y espero que te comportes como una buena zorra. Ven vamos a tomar otra copa, que quiero que enseñes un poco el chocho en una terraza, continúa diciéndome. Cerca de dónde estábamos hay una terraza que da a un parque y a veces hay gente, que se sienta enfrente en los bancos. Aquella tarde no había nadie, pero no le importaba, yo tenía que estar allí sentada con las piernas un tanto abiertas, lo suficiente para que se me viera toda la raja. Estuvimos allí un buen rato hasta terminar las bebidas y después nos fuimos para casa, yo ya estaba bien animada después del par de copas y dispuesta a exhibirme como le gusta a mi marido que me muestre.

Al llegar a casa, me dijo de comer algo ligero con una copa de vino y después que me preparara para exhibirme delante del viejo mirón. Pero primero me estuvo tanteando, metiéndome mano y yo cada vez me estaba poniendo más caliente y y empezaba a estar toda mojada, yo me dejaba hacer cualquier cosa y no dejaba de gemir como una perra en celo. Yo solo quería que me follara, pero agarrándome del pelo me hizo saber que para eso tendría que esperar. Primero lo primero. Así que me dio un par de azotes y me mandó a arreglarme para la exhibición que tenía que hacer delante del viejo mirón, obedeciendo me fui a vestirme o desvestirme, mi marido no se dio cuenta o no quiso preguntarme qué me iba a poner, quizá prefería que le sorprendiera, parecía darle un poco igual y mientas me fui a cambiarme el se quedó viendo el teléfono, y casi podía imaginar que estuviera mirando el número de teléfono que le había dado el vecino, sin saber si debía llamarle para decirle que en unos minutos yo iba a estar exhibiéndome delante de la ventana, y nunca me dijo si lo había hecho o no. Después estuvo mirando por las ventanas por si le veía, pero todo estaba muy tranquilo, y aunque se estaba empezando a hacer de noche todavía había un poco de claridad aunque dentro de la casa había que encender las luces porque ya no se veía muy bien. Aunque seguro que el viejo mirón estaba ahí observando desde las sombras.

En esas se estuvo entreteniendo mi marido mientras esperaba a que yo saliera preparada a mostrarme como una verdadera perra en celo, aunque cuando parecía impaciente cuando me presenté en el salón, y me hizo sonrojarme porque nada más verme me dice que estaba para follarme ahí mismo. Me había puesto un vestido negro ajustado, que me queda a medio muslo, aunque según voy andando se me va subiendo de lo ajustado que es ese vestido, pero cuando me siento con ese vestido se me sube prácticamente hasta la cintura, y tengo que estar bajándomelo constantemente porque es un espectáculo verme cuando me hace ponérmelo y esa noche, para no defraudarle a mi marido, había elegido ese vestido para exhibirme delante de nuestro vecino mirón, que él había conocido esa misma tarde personalmente y el buen señor parecía ser todo un cerdo guarro salido en su trato con las mujeres.
Así que todo iba bien. Yo estaba poniendo todo de mi parte, solo faltaba que el viejo mirón estuviera escondido para verme. También me había puesto unas sandalias muy finas con tacón alto, a juego con el vestido, y debajo llevaba unas braguitas de encaje color blanco que resaltaban con el bronceado de mi cuerpo. Iba sin sujetador. Por supuesto, me había maquillado como si fuéramos a cenar al mejor restaurante y también me había arreglado el pelo. No paraba de repetirme que estaba preciosa; y no pudo resistirse y meterme mano, tenía la polla a reventar, pero antes de descargarse quería ver cómo resultaba con el vecino. Ya tendría tiempo de follárme y reventarme a pollazos más tarde.

Después de sobarme bien y de “pasarme revista”, como le gusta decir, me pregunta si sabía lo que tenía que hacer. Por supuesto le dije que sí. La habitación tiene la iluminación apropiada para que se nos vea bien sin ser evidente, con luces indirectas que mi marido ya tiene preparadas para estas cosas. Mi marido me da unas últimas instrucciones, que yo con obediencia acato como buena perra sumisa. Mi marido se mantenía al margen, escondido en la habitación de tal manera que el vecino no le viera, solo quería que me viera a mí; me dijo que tenía que entrar en la habitación, encender la luz, y mostrarme, primero quería que me exhibiera con mi vestido de putón, quería que me insinuara al vecino, después tendría que quitarme el vestido despacio, poniendo suspense al hacerlo, hasta terminar con el vestidito de zorra en el suelo, luego tendría que enseñarle las bragas al viejo, quería que me las viera bien y una vez más que me insinuara y me moviera como una zorra solo con las bragas y los zapatos de tacón puestos, y después de un rato quitarme las bragas invitando al viejo a despertar su lujuria, luego tenía que tumbarme en la cama de tal manera que el vecino me viera la raja completamente, y bien abierta de piernas, tenía que masturbarme, tenía que hacerme una paja hasta que terminara corriéndome como una cerda, cosa que como buena perra sumisa que soy hice de una manera impresionante; me tocaba, gemía, me convulsionaba, me estaba corriendo como una cerda y no me importaba que el vecino viejo de enfrente me estuviera viendo o quizá por eso estaba tan cachonda, me tocaba las tetas y me metía los dedos en el coño mojado, lo tenía como un bebedero de patos y me lo había provocado yo solita, estuve como medía hora o más tocándome, mi marido me dejó hacer, quería ver hasta dónde llegaría y la verdad es que se quedó sorprendido, cada día quiero sorprenderle más, haciendo lo que más le gusta: comportándome como una zorra, sin saber lo que puedo llegar a ser.
Una vez que dejé de tocarme, me quedé quieta despatarrada encima de la cama ofreciendo la visión de mi chocho empapado y de todo mi cuerpo desnudo al vecino cerdo y viejo; en ese momento mi marido se acerca a mí, todo empalmado, me dice que me pusiera de rodillas y masturbándose delante de mí, se corrió en mi cara y en mis tetas hasta quedarse seco. Después me dio unos azotes mientras me obligó a ir a cuatro patas como una perra por la habitación dando un par de vueltas, y apagó la luz. Ahí terminamos esa primera exhibición, sabiendo mi marido para quién me estaba exhibiendo. Sabía que después de esa noche, el viejo vecino mirón estaría cada vez más presente en nuestros juegos, que mi marido le llamaría por teléfono para que le contara lo que había visto y que ellos dos harían muchas más propuestas.

Continuará