martes, 9 de octubre de 2018

Las Pruebas de mi Nuevo Amigo 2da. Parte

Después de la visita del mensajero que me había enviado el Sr Juan tuve que masturbarme de lo excitada que me sentía, y me quedé dormida. Me sobresaltó el sonido del teléfono móvil. Era el Sr Juan y me preguntaba si ya estaba preparada.

- ¿Preparada? ¿Preparada para qué? Le pregunté.
- ¿Qué te pasa zorra?, me dijo el Sr Juan, ¿no has leído la otra nota?
- No Sr Juan, lo siento, me he quedado dormida. Fue lo que acerté a decir.
- Son las 6 de la tarde y a las 8 te quiero ver en un sitio, ahora te envío la ubicación a dónde tienes que ir. Y otra cosa, lee las indicaciones en la otra nota, Perra.
- Si Sr Juan, lo siento. Ahora mismo lo hago.
- Eso espero pedazo de cerda, en un rato te vuelvo a llamar.

Lo primero que hice nada más colgar el teléfono fue revisar la otra nota que el Sr Juan me había enviado por mensajero. En ella me explicaba que tenía que vestirme de una manera un tanto especial, sensual y accesible, sin ser vulgar. Tendría que ir sin nada de ropa interior y ponerme un poco del perfume, que me había enviado en el paquete, entre las piernas cerca de mi vagina, en el cuello y en el canalillo entre mis tetas. Abrí el paquete que me había entregado el mensajero y allí estaba el frasco de perfume que el Sr Juan quería que me pusiese. Era un perfume a base de feromonas.
Empecé a vestirme, y de nuevo volvía a sentirme excitada, elegí para mi atuendo un vestido de fiesta de día blanco por encima de la rodilla, mini de tirantes con generoso escote.
En la nota, el Sr Juan me seguía explicando lo que tenía que hacer a continuación. En ella me indicaba que tenía que dirigirme a un bar que él mismo había elegido y esperarle allí hasta que él llegara.

Después de vestirme y aplicarme el perfume que me había enviado el Sr Juan salí a la calle para dirigirme a la dirección que me había indicado en la nota el Sr Juan, y como no sabía dónde podía quedar paré un taxi para que me llevara directamente al lugar. Le dije la dirección al taxista, éste me miró de una manera un tanto peculiar y se puso en marcha. El taxi se dirigía hacia las afueras de la ciudad, a un barrio de los más conflictivos de la ciudad. Le pregunté al taxista si era por esa zona la dirección que le había dicho que me llevara, él me dijo que si y me respondió también que iba vestida muy elegante para un sitio como ese. Al poco rato llegamos a la dirección y pude ver el bar donde el Sr Juan quería que le esperase.
Pagué al taxista, me bajé del coche y fui hasta el bar. La verdad es que no tenía buena pinta aquel lugar, y el barrio aun mucho menos, estaba pensando en no entrar cuando me di cuenta de que la gente que había por la calle me miraba de una forma escrutadora, así que no lo pensé y entré al bar, pero al entrar me di cuenta que había salido de la sartén para caer en las brasas.

Aquel sitio era feo, sucio y decadente, con una barra a la izquierda según se entraba y a la derecha unas cuantas mesas con sillas. Había un futbolín donde dos tipos con cara de delincuentes jugaban una partida, dos de las mesas estaban también ocupadas por tipos de características similares jugando a las cartas. En la barra había otros tres tipos más de dudosa reputación. Al entrar todos se me quedaron mirando, me dirigí hacia una de las banquetas que había desocupadas en la barra cerca de la puerta de entrada y el hombre detrás de la barra se dirigió hacia mi preguntándome que quería tomar, le dije que un café; muy bien me dijo.

Al momento estaba allí con el café y me dijo que me sentara en una de las mesas que había libres. Le dije que no era necesario, aquí estoy bien gracias. A lo que me respondió, no te lo estoy sugiriendo zorra, te lo estoy ordenando perra. Ante aquella contestación no supe que contestar y apenas pude balbucear, sí señor. Me fui hasta donde me indicaba que me sentara el camarero, era la única mesa que quedaba libre en aquel local, y estaba cerca de las puertas que daban a los lavabos, más concretamente al lavabo de hombres. El camarero me llevó una bebida en vaso largo, le pregunté por mi café y sin hacerme el menor caso me dijo, esto es lo que te vas a tomar perra. Yo no entendía como aquel señor me llamaba de aquella manera, ni porque se tomaba esas confianzas conmigo sin conocerme de nada. Supuse que no deberían entrar muchas mujeres en ese bar, y menos solas. Y allí estaba yo con mi vestidito, sin bragas y con ese perfume que despertaba a un muerto.

Todo el mundo me miraba y yo no sabía dónde meterme, solo quería que el sr Juan apareciese ya y me sacara cuanto antes de ese lugar lúgubre. Entonces vino de nuevo el camarero y me preguntó que si no me gustaba la bebida, a lo que yo tomando un gran trago le dije que sí. A continuación se sentó a mi lado y me pregunta ¿qué buscas aquí? Nada, le digo. He quedado con un amigo. Si, ya lo sé, has quedado con Juan. ¿Le conoce? Le pregunto. Si claro que le conozco, somos viejos amigos, y me ha dejado encargado que cuide de ti. Y diciendo esto, me acaricia las piernas por debajo de la mesa, al tiempo que me dice: abre las piernas.

No por favor señor, le digo. El tipo me mira fijamente y me dice, mira cerda de aquí no sales viva, ves todos estos tipos, ¿te das cuenta cómo te miran? Entre todos te vamos a dejar que te va a salir lefa hasta por las orejas, ¿lo entiendes bien pedazo de guarra? Y da un grito llamando a un tal Julian y le dice, cierra la puerta. Al tiempo suena mi teléfono móvil y veo que es el Sr Juan, lo atiendo toda asustada diciendo: Sr Juan estoy dónde usted me ha dicho y hay un motón de hombres aquí y me van a violar o algo peor, por favor Sr Juan ¿cuándo viene usted? Voy a tardar un rato, ya le he dicho a Emilio que se ocupe de ti. Luego paso a recogerte. No Sr Juan por favor no me deje aquí. Calla la boca zorra estúpida y no te resistas es lo mejor que puedes hacer en las condiciones en las que te encuentras…

Fin de la Segunda Parte

viernes, 20 de julio de 2018

Las Pruebas de mi Nuevo Amigo

Estaba a punto de marcharme del despacho cuando sonó mi teléfono móvil.

- Hola Esmeralda, soy Juan. ¿Qué estás haciendo?
- Estaba recogiendo para irme a casa Sr Juan.

Juan es un amigo dominante a la que fui presentada hacía unos días por mi amigo el Sr Bernardo, y del que ya he comentado aquí en algunas ocasiones.

- Muy bien perra, quiero enviarte un paquete por mensajero y necesito que me digas a qué hora llegas a casa.
- Si Sr Juan, más o menos tardo media hora o tres cuartos, sobre las cuatro de la tarde estoy en casa para más seguridad.
- Muy bien perra. Estate atenta. Te volveré a llamar.
- Si, Sr Juan.

Me quedé un tanto sorprendida y también excitada. Había conocido al Sr Juan en una reunión casual a la que me había llevado mi amigo el Sr Bernardo y aunque en esa sesión ellos dos me habían usado a su antojo como machos dominantes, no me imaginaba que el Sr Juan hiciera uso del poder que el Sr Bernardo le diera sobre mí para poder usarme siempre que él quisiera, cuándo y de la manera que le apeteciera.
Llegué a casa pasadas las 15,30 y me preparé algo de comer. Estaba tan excitada que apenas podía centrarme en nada y esperaba con ansiedad tener noticias del Sr Juan, que no tardaron en llegar pues al rato sonó el teléfono era él de nuevo.

- Hola perra, ¿ya estás en casa?
- Si Sr Juan, recién acabo de llegar.
- Muy bien cerda. Escucha bien. Te va a llegar un mensajero en media hora más o menos. Te va a entregar un paquete y dos sobres. Uno de los sobres es para que lo leas delante del mensajero. Lo he puesto escrito cuál es. Después de leer el sobre delante del mensajero le tienes que dar una cosa para que me lo traiga a mi de vuelta. Lo has entendido.
- Si, Sr Juan.
- En el otro sobre hay indicaciones de lo que quiero que hagas después, esta tarde. ¿Te queda claro?
- Si, Sr Juan, le dije.

La excitación que sentía era tal que notaba como se me mojaban las bragas con este juego perverso que el Sr Juan estaba haciendo conmigo y esperaba ansiosa la llegada del mensajero, que no tardó en producirse apenas diez minutos después de la llamada del Sr Juan.

El mensajero llamó al telefonillo y le abrí, al momento estaba en el rellano de mi piso con un paquetito y dos sobres, así como las indicaciones de que tenía que darle algo. Le dije que sí, que esperase un momento porque tenía que estar escrito en uno de los sobres que él traía. Le hice pasar adentro, mientras le pedía amablemente me esperase a que leyera el sobre para saber qué es lo que tenía que darle.

En el sobre el Sr Juan había escrito unas indicaciones muy breves: “Como buena perra sumisa que eres, he de suponer que estarás empapada en estos momentos.
Quiero que te quites las bragas delante del mensajero y se las des, al tiempo que te giras de espaldas y apoyándote en una mesa mostrando el culo bien abierta de piernas para que te meta la mano entre las piernas. No quiero que te folle, solo quiero que te sobe y te toque un buen rato con ganas hasta que te chorrees. Después le firmas el albarán y le despides.”
Aquellas indicaciones me dejaron perpleja. Miré al mensajero, un señor de unos 45 años, sucio, calvo y un poco gordo. Le pregunté si le habían dicho lo que yo tenía que darle y lo que tenía que recoger aquí. El mensajero me dijo que no, que le habían dicho que todo estaba escrito en uno de los sobres que me había dado y que yo ya sabía lo que tenía que hacer.

Aquello era muy alucinante, por un lado estaba avergonzada de tener que pasar esa prueba ante aquel señor mensajero, que no me atraía en nada, y por otra estaba caliente como una perra en celo. Así que sin más le dije que estaba bien, y que no se asustara pues iba a hacer lo que ponía en el sobre que tenía que darle. Así que me subí la falda y sin dejar de mirar a los ojos del señor mensajero me saqué las bragas y se las entregué en la mano. Acto seguido y con la falda aun subida me gire para apoyarme en la mesa del comedor y dejarle así una exposición total de mi culo y de mi vagina completamente chorreando. El señor mensajero estaba que no se lo podía creer y se quedo allí parado sin saber qué hacer, por lo que tuve que animarle a que se acercara a mí y pedirle por favor que me podía tocar todo lo que quisiera, cosa que hizo un poco cortado al principio pero cuando se fue animando ya no había quien lo parara y tuve que hacerlo porque quería darme por el culo y tuve que contenerle y hacerle una paja para que se calmara, después le firmé el albarán y con mis bragas en su bolsillo se marchó para hacerle la entrega al Sr Juan o donde quisiera que tuviera que ir.

Yo por mi parte me quedé excitadísima, tanto que tuve que masturbarme rememorando la experiencia y cómo se sentiría y lo que pensaría el Sr Juan después de que el mensajero le entregara las bragas que yo le había dado impregnadas de mis jugos y de mi olor, y al contarle el mensajero lo que había hecho conmigo. El orgasmo que tuve fue bestial que me quedé dormida. Me despertó el teléfono móvil, y empecé a recordar que no había leído el otro sobre que me había mandado el Sr Juan y ni siquiera había abierto el paquetito que me había entregado el mensajero.


FIN DE LA PRIMERA PARTE

martes, 3 de julio de 2018

Tocamientos en el Metro

Hace algún tiempo me trasladaron a una oficina en el centro de la ciudad. Me resultaba francamente difícil encontrar aparcamiento en la zona donde se encontraba el nuevo despacho al que me habían trasladado. Además, tenía que madrugar pues estaba más lejos de dónde yo vivía y tenía que desplazarme en metro cada día.
No estaba acostumbrada a utilizar el metro tan temprano, por lo que el hacinamiento de gente a esas horas me pilló totalmente por sorpresa. Allí, apretujada entre la muchedumbre, me sentía fuera de lugar, por lo que tardé bastante rato en darme cuenta de que un astuto viejo que estaba detrás de mí me estaba sobando el trasero sin ningún disimulo. Este anciano, bajito y delgado, que apenas me llegaba al hombro, usaba ambas manos para magrearme a conciencia, deslizándolas arriba y abajo por mis glúteos para no dejar ni un solo centímetro sin palpar. Estaba tan sofocada por sus manejos que no sabía cómo reaccionar, por lo que decidí ignorar sus manoseos con la esperanza de llegar cuanto antes a mi destino. Al bajar me giré y pude ver como el muy golfo me despedía amablemente con una mano mientras me dedicaba una picara sonrisa.
Durante los días siguientes no importaba que me adelantara o retrasara unos minutos, el pícaro vejete esperaba el tiempo que fuera preciso para entrar conmigo en el metro. Allí, en vista de mi pasividad me sobaba a placer el culo, hasta que llegaba por fin a mi parada. Su osadía no conocía limites, por lo que pronto tomó la costumbre de bajarme la cremallera posterior de la falda, para meter mejor sus manos dentro de mis vestidos. Me embargaban sensaciones muy raras mientras sentía sus dedos hurgando a través tela de mis braguitas, deslizándose a un lado y a otro para magrear mis prietas carnes a conciencia. y a mí pesar no todas eran desagradables. El día que empezó a introducir sus dedazos por debajo de mis bragas, alcanzando la sensible carne de mis nalgas creí que me moría de vergüenza, no solo por lo que él me hacia, sino por lo que yo sentía.

A la mañana siguiente iba tan cansada y confusa a la oficina que casi puedo decir que no era yo. O al menos no era consciente de lo que hacia. La prueba de lo que digo está en que no solo no me sentí ofendida por los habituales manoseos del viejo en el metro, sino que separé un poco mis piernas, lo justo para que sus hábiles dedos recorrieran a placer el estrecho canal que separa mis nalgas. A la mañana siguiente, y como ese día iba a dar una vuelta con una amiga, me puse uno de mis vestidos mas veraniegos. Éste, que apenas me cubría las rodillas, llevaba una larga cremallera posterior, de la que no me acordé hasta que el ladino viejo empezó a bajármela en el metro. Algo extrañó me estaba ocurriendo pues a pesar de mi intenso rubor, separé las piernas nada más sentir sus dedos sobre mi piel desnuda. Supongo que le di demasiadas facilidades al afortunado individuo, porque pronto pude notar como sus dos manos hurgaban bajo mis bragas. Una de ellas se apodero enseguida de mi parte más íntima, explorándola como sólo éste sabia hacer, mientras la otra mano exploraba mi estrecho canal posterior, jugueteando con mi orificio más oscuro. Sus hábiles caricias pronto me llevaron al borde del orgasmo, obligándome a agachar la cabeza y morderme los labios para que nadie se diera cuenta de lo que me pasaba. Mi respiración se hizo entrecortada mientras me aproximaba al final, aferrándome a la barra para que las piernas no me fallaran en el ultimo momento. Y cuando ya rozaba el clímax el viejo me sorprendió de nuevo. Con un rápido y hábil movimiento saco uno de sus dedos empapados en mis fluidos y lo metió de un solo golpe en mi estrecho agujerito posterior. Sus hábiles caricias y la inminencia del orgasmo me lo habían dilatado tanto que penetró hasta el nudillo a la primera. Este insospechado asalto me provocó un violento e inesperado orgasmo que a duras penas pude disimular. Pues además de muy intenso se hizo interminable, con su largo dedo nudoso meneándose alocadamente en mi sensible cavidad. Fue todo tan inesperado que cuando salió su dedo de mi interior aún no me había recuperado. Tardé aún un par de paradas en salir de mi aturdimiento, y entonces me di cuenta no solo de que me había pasado la mía, sino de que varios hombres me miraban con inusitado interés.


El bochorno y vergüenza que tenía me obligaron a bajarme allí mismo, teniendo que recorrer varias calles antes de llegar a la oficina. Mi último apuro fue comprobar que el viejo no se había molestado en subirme la cremallera, por lo que hasta que no reparé en ello estuve mostrando a todo aquel que se interesara el color de mis bragas. Ese día fue el último que coincidí con el anciano en el metro. Aún no sé el motivo por el que no volví a verlo más, pues muchas veces lo he echado de menos.

Si alguien ha tenido una experiencia parecida me interesa recibir sus mensajes.

miércoles, 27 de junio de 2018

Mi Primer Paseo

Después de ponerme por primera vez mi collar, tomaron mi cara entre sus manos y me dijeron: "A partir de ahora tienes la marca para ser una perra, siempre que cualquier macho lo desee."

Yo no sabía que significaba realmente eso, pero confiaba en poder soportar aquella prueba y sin poner ninguna objeción dudarlo dije que sí... que estaba dispuesta a obedecer en todo lo que se me ordenara.

Le colocaron una cadena a mi collar, y me indicaron ponérmelo sobre mis rodillas y en manos... se pusieron de pie y me llevaron a dar una vuelta por toda la habitación... mientras me decían: "eso perra... lo estas haciendo muy bien" Sentí una gran excitación... moverme así, a cuatro patas... semidesnuda, caminando a gatas, como un animal... guiada por un Amo... que mi deseo se desbordó de una forma tan intensa que me mojé toda...
Sin poder contenerme empecé a gruñir y retorcerme como una perra en celo... a cada paso que daba sentía como mis fluidos resbalaban entre mis piernas... espesos... calientes...

lunes, 19 de febrero de 2018

Abriendo el Ojete de la Perra Sumisa (2da. Parte)


No podía creer lo que estaba escuchando, y más aún porque estaban hablando de mi entre ellos como si yo no estuviera presente, nada importaba lo que yo pudiera opinar acerca de lo que iban a hacer con mi cerrado agujero del culo.
Tenías que haber avisado a Sebastián, ese negro sí que le deja el culo abierto como un túnel con el pedazo de pollón que se gasta, le decía el Sr Juanjo a Roberto. No le conozco, le respondió Roberto, pero si tienes su teléfono llámale ahora mismo y que venga todavía tenemos tiempo, no hemos apenas empezado a reventar a esta perra y tenemos todo la tarde y toda la noche. Vale, voy a llamarle a ver si puede venir, le dijo Juanjo.

En esas estaban cuando Sebastián dirigiéndose a mi me dice, ¿ves esos dos hombres que están en esa mesa? Se refería a dos tipos que estaban sentados dos mesas más allá de donde nosotros estábamos y que no dejaban de mirar todo el tiempo lo que estaban haciendo conmigo. Parecía como si acabaran de dejar el camión aparcado en la puerta o se hubieran cambiado el mono de albañil para estar allí sentados comiendo, eran sucios y vulgares, me resultaban bastante desagradables los dos, con barriga y mal aseados. Pues muy bien perra, quiero que te gires y te pongas mirando hacia ellos y que abras completamente las piernas para que te puedan ver bien ese coño tan caliente que tienes y que lo llevas completamente al aire y sin bragas, aunque creo que eso ya lo saben.
No supe que decir, pero una cosa tenía clara y es que mejor hiciera lo que me dijeran; así que dije, si Sr Esteban y me giré para que aquellos dos salidos me vieran todo bien a gusto. Así estuve al menos unos diez minutos, porque el Sr Esteban me decía que me tocara y que me insinuara a ellos.


Me daba mucho asco y mucha más vergüenza, pero no me quedaba de otra, así que lo hice lo mejor que pude. Mientras los dos tipos me miraban con cara de vicio mientras se tocaban y me hacían gestos obscenos con la boca, la lengua y las manos. Era tal su descaro que quise taparme lo antes posible, cosa que el Sr Esteban me impidió obligándome a exhibirme ante aquellos dos guarros.

martes, 30 de enero de 2018

Experiencia en Casa

Era viernes a la tarde, sobre las 17,00h. y recibí una llamada de teléfono; yo estaba en casa, y aquel fin de semana mi marido no estaba en casa, pues se había marchado con los chicos a ver un partido de fútbol a Barcelona. La llamada era de Mario, el dominante con quien estaba por aquel entonces, y me decía que vendría a mi casa, a eso de las 22,00h. Yo me enfadé un poco y le mostré mi desagrado, porque él sabía que en mi casa no quería hacer nada, pero en esa llamada me decía que iba a venir como a las diez de la noche. Me estuvo explicando los motivos por los que quería venir a mí casa; y también me dijo que me compensaría y que me pusiera bien guapa y sexy para cuando llegara porque tenía muchas ganas de hacerme el amor; incluso me dijo como le gustaría que estuviese vestida para cuando él llegara. Con todo lo que me dijo y sobre todo cómo me lo dijo, consiguió excitarme al máximo. Yo hice todos los preparativos de la cena y me vestí como él quería con un sujetador negro, un suéter de ganchillo de color negro, una falda corta con aberturas adelante y detrás, liguero y medias negras y sin bragas; también me pidió que depilara completamente mi sexo.
Hice todo lo que me pidió, y ya sólo esperaba que diera la hora en que Mario llamara a la puerta. Eran las diez de la noche y yo estaba preparada, pero yo estaba preparada para él, y nunca imaginé lo que me esperaba. A la hora que me había dicho llamaron a la puerta de la calle, ¡era Mario! Yo salté emocionada del sofá y me dirigí hacia la puerta para abrirle, pero me llevé una gran sorpresa cuando le veo aparecer con cuatro hombres más.

Me saludó con un ¡hola preciosa! me besó en los labios y a continuación me dijo que había venido con unos amigos, lo cual resultaba obvio. Yo intenté comportarme amablemente con ellos y los pasé al salón, seguidamente les pregunté si querían tomar algo y Mario me dijo que venían a cenar y a tomar unas copas y a ver una película que uno de ellos traía y que quería que yo les atendiera muy bien.
Yo estaba realmente furiosa y me marché a la cocina a preparar los platos para los “señores amigos” de mi querido Mario, pero debió de notar algo porque me siguió hasta la cocina y me dijo muy claro que yo tenía que estar y comportarme como lo que soy, una perra sumisa y obediente. Seguidamente revisó mi vestuario y por la abertura de detrás de la falda metió su mano, comprobando que efectivamente no llevaba bragas, que me había depilado el sexo y que me había puesto un liguero, con lo que me dio su aprobación; después me dijo ¡así me gusta! ¡Sirve a mis amigos y vente a sentarte en el sofá!

Así lo hice, les puse un plato de cena en la mesa a todos y cada uno de sus amigos, él incluido, y yo me senté en el sofá, desde donde podían verme bien, sentados desde la mesa del comedor. Yo tenía que hacer grandes esfuerzos para mantener mis piernas cubiertas, ya que al estar sentada en el sofá y con la falda que llevaba puesta, se me veía hasta el chocho si me descuidaba un poquito, Mario parecía darse cuenta y a cada momento me hacía traerles algo a él o a sus amigos, para descruzar las piernas y me vieran todo mientras me levantaba y volvía a sentarme. Para mí la situación era bastante incómoda, pero traté de llevarlo lo mejor posible, llevando todo lo que me pedían y poniendo buena cara.

Los amigos de Mario eran normales, había dos que eran los más jóvenes, como de 40 años y otros dos que superaban fácilmente los 55 años, uno de ellos era gordo y barrigudo, que me daba un poco de asco, pero eso sí, todos eran elegantes y bien vestidos y se comportaban de manera correcta, menos uno de ellos, el más mayor, que le preguntaba a Mario cosas como, ¿podríamos verla mejor? pero de ahí no pasaba. Yo me ruborizaba y no sabía muy bien a qué atenerme, pero pronto pude ver las intenciones de estos, en cuanto terminaron la cena y llegó la hora del café y de las copas.
Ya estaban terminando de cenar cuando Mario me ordenó que les trajera café solo y unos vasos de wiskhy con hielo, yo me fui a la cocina para prepararles el café y la noche parecía que iba a ser larga, era viernes y ninguno de ellos parecía que tuviera ganas de marcharse deprisa. Mientras yo estaba en la cocina, les escuchaba como hablaban sobre lo bien que lo iban a pasar esta noche y para celebrarlo, uno de ellos le dijo a otro que sacara la botella de wiskhy que habían comprado antes de venir.

Pronto se fueron acomodando por el salón en las butacas y sillones. Mario me llamaba pidiéndome el café y los vasos. Cuando llegué al salón con las cosas, todos me miraban de manera tan lasciva que hasta me ruboricé y baje la mirada, mientras uno de ellos, creo que se llamaba Ramón, que era el más descarado y más gordo y seboso, me dice mirándome de arriba abajo: ES VERDAD QUE VAS SIN BRAGAS
Yo no supe que contestarle, solo agache mi mirada, como sumisa que soy, no dije nada y sólo me limite a servir el café que traía para todos ellos.

Después de un instante de silencio, ante la afirmación del señor Ramón, Mario vino hacia mí, me agarró por la cintura desde atrás y me mordisqueó suavemente en el cuello; mi primera reacción fue rechazarle, pero le dejé hacer; cerré los ojos y podía sentir como las miradas de esos hombres desconocidos para mí, se clavaban en mi cuerpo. Fue un instante que parecía no terminar nunca y cuando ya esperaba que Mario saliera a mi rescate de esa situación tan embarazosa para mí, lo que le escuche decir es… ¡a mí me gusta que vaya sin bragas y esta noche no iba a ser menos! ¿Verdad preciosa?
Yo ya no sabía qué era lo que estaba pasando, pero empecé a comprender todo el juego de Mario, así que opté por seguirle en ese su juego, y le respondí, ¡sí mi amor voy sin bragas! Esperaba que la comedia terminara ahí, pero Mario me dijo que no fuera maleducada y que respondiera al Sr. Ramón. Al principio no entendía qué era lo que tenía que hacer, entonces me agarró del pelo y me arrastró hasta donde estaba sentado el Sr. Ramón y me dijo casi tocando mi cara con la de este señor, sin dejar de soltar mi pelo, ¡responde a la pregunta que el Sr. Ramón te ha hecho!

Me sentía perpleja en esos momentos y no sabía qué era lo que le tenía que responder al Sr. Ramón. En esas estaba cuando se acercó Julio, uno de los más jóvenes de los amigos de Mario, y me dijo en el oído ¡Mario quiere que le digas al Sr. Ramón que no llevas bragas!
Tímidamente exclamé ¡no llevo bragas! No sé qué fue, pero todos soltaron carcajadas, y me quedé aún más confundida. Entonces se acercó Valentín, otro de los amigos más joven y me dijo en un tono condescendiente… ¡Tienes que decirlo con respeto y dirigiéndote a él personalmente! ¡Por esta vez se te va a perdonar, pero si cometes otro error vas a ser castigada!

No podía creer lo que me estaba pasando, pero lo peor era comprobar que Mario participaba del juego y me había puesto a mí, no sólo como su juguete sino, como juguete de todos sus amigos. Tampoco quería ser castigada, y tampoco sabía a qué tipo de castigo se refería Valentín, así que intenté explicarle al Sr. Ramón de la manera más educada posible que no llevaba bragas y lo que hice fue decir… ¡Sr. Ramón, es cierto que no llevo bragas! ¿Quiere usted comprobarlo? Después de decir esto, Mario me arrojó contra el sofá llamándome puta.

Ahí me quedé sin saber qué hacer, me sentía humillada, pero sobre todo asustada y a la vez sentía una excitación extraña dentro de mí. Entonces fue cuando el Sr. Amadeo vino en mi rescate. Se sentó a mi lado y me explicó cómo tenía que comportarme delante de ellos; era muy amable conmigo, yo estaba sollozando y vestida para seducir al hombre que amo, así me daba cuenta de cómo era y de lo que tenía que hacer, vestida para seducir y completamente expuesta.
El Sr. Amadeo me dijo cómo tenía que dirigirme tanto a él como al Sr. Ramón, y que el trato que debía darles era siempre de señor y les tenía que llamar de usted. Me preguntó si había entendido bien esa parte; yo le dije al Sr. Amadeo ¡Si, Sr. Amadeo, lo he entendido bien!

El Sr. Amadeo me felicitaba y decía en voz alta ¡Vieron como es una buena chica y entiende bien las cosas! ¡Vamos a disfrutar mucho con esta zorrita! ¡Fíjense lo buena que está!
No podía creerlo, pero escuchar al Sr. Amadeo decir esas cosas de mí, mientras me subía la falda, dejando al descubierto mis piernas y mi sexo, mi vagina empezó a mojarse ella sola; yo quería disimular para que no se dieran cuenta, pero el Sr. Amadeo llamó a Julio y le pidió que metiera su mano en mi entrepierna. Julio exclamó ¡está empapada señores! y aquello les hizo sentirse satisfechos.

La noche siguió, esto es sólo el principio, pero para no hacerlo muy largo lo continúo en otro post.