viernes, 20 de julio de 2018

Las Pruebas de mi Nuevo Amigo

Estaba a punto de marcharme del despacho cuando sonó mi teléfono móvil.

- Hola Esmeralda, soy Juan. ¿Qué estás haciendo?
- Estaba recogiendo para irme a casa Sr Juan.

Juan es un amigo dominante a la que fui presentada hacía unos días por mi amigo el Sr Bernardo, y del que ya he comentado aquí en algunas ocasiones.

- Muy bien perra, quiero enviarte un paquete por mensajero y necesito que me digas a qué hora llegas a casa.
- Si Sr Juan, más o menos tardo media hora o tres cuartos, sobre las cuatro de la tarde estoy en casa para más seguridad.
- Muy bien perra. Estate atenta. Te volveré a llamar.
- Si, Sr Juan.

Me quedé un tanto sorprendida y también excitada. Había conocido al Sr Juan en una reunión casual a la que me había llevado mi amigo el Sr Bernardo y aunque en esa sesión ellos dos me habían usado a su antojo como machos dominantes, no me imaginaba que el Sr Juan hiciera uso del poder que el Sr Bernardo le diera sobre mí para poder usarme siempre que él quisiera, cuándo y de la manera que le apeteciera.
Llegué a casa pasadas las 15,30 y me preparé algo de comer. Estaba tan excitada que apenas podía centrarme en nada y esperaba con ansiedad tener noticias del Sr Juan, que no tardaron en llegar pues al rato sonó el teléfono era él de nuevo.

- Hola perra, ¿ya estás en casa?
- Si Sr Juan, recién acabo de llegar.
- Muy bien cerda. Escucha bien. Te va a llegar un mensajero en media hora más o menos. Te va a entregar un paquete y dos sobres. Uno de los sobres es para que lo leas delante del mensajero. Lo he puesto escrito cuál es. Después de leer el sobre delante del mensajero le tienes que dar una cosa para que me lo traiga a mi de vuelta. Lo has entendido.
- Si, Sr Juan.
- En el otro sobre hay indicaciones de lo que quiero que hagas después, esta tarde. ¿Te queda claro?
- Si, Sr Juan, le dije.

La excitación que sentía era tal que notaba como se me mojaban las bragas con este juego perverso que el Sr Juan estaba haciendo conmigo y esperaba ansiosa la llegada del mensajero, que no tardó en producirse apenas diez minutos después de la llamada del Sr Juan.

El mensajero llamó al telefonillo y le abrí, al momento estaba en el rellano de mi piso con un paquetito y dos sobres, así como las indicaciones de que tenía que darle algo. Le dije que sí, que esperase un momento porque tenía que estar escrito en uno de los sobres que él traía. Le hice pasar adentro, mientras le pedía amablemente me esperase a que leyera el sobre para saber qué es lo que tenía que darle.

En el sobre el Sr Juan había escrito unas indicaciones muy breves: “Como buena perra sumisa que eres, he de suponer que estarás empapada en estos momentos.
Quiero que te quites las bragas delante del mensajero y se las des, al tiempo que te giras de espaldas y apoyándote en una mesa mostrando el culo bien abierta de piernas para que te meta la mano entre las piernas. No quiero que te folle, solo quiero que te sobe y te toque un buen rato con ganas hasta que te chorrees. Después le firmas el albarán y le despides.”
Aquellas indicaciones me dejaron perpleja. Miré al mensajero, un señor de unos 45 años, sucio, calvo y un poco gordo. Le pregunté si le habían dicho lo que yo tenía que darle y lo que tenía que recoger aquí. El mensajero me dijo que no, que le habían dicho que todo estaba escrito en uno de los sobres que me había dado y que yo ya sabía lo que tenía que hacer.

Aquello era muy alucinante, por un lado estaba avergonzada de tener que pasar esa prueba ante aquel señor mensajero, que no me atraía en nada, y por otra estaba caliente como una perra en celo. Así que sin más le dije que estaba bien, y que no se asustara pues iba a hacer lo que ponía en el sobre que tenía que darle. Así que me subí la falda y sin dejar de mirar a los ojos del señor mensajero me saqué las bragas y se las entregué en la mano. Acto seguido y con la falda aun subida me gire para apoyarme en la mesa del comedor y dejarle así una exposición total de mi culo y de mi vagina completamente chorreando. El señor mensajero estaba que no se lo podía creer y se quedo allí parado sin saber qué hacer, por lo que tuve que animarle a que se acercara a mí y pedirle por favor que me podía tocar todo lo que quisiera, cosa que hizo un poco cortado al principio pero cuando se fue animando ya no había quien lo parara y tuve que hacerlo porque quería darme por el culo y tuve que contenerle y hacerle una paja para que se calmara, después le firmé el albarán y con mis bragas en su bolsillo se marchó para hacerle la entrega al Sr Juan o donde quisiera que tuviera que ir.

Yo por mi parte me quedé excitadísima, tanto que tuve que masturbarme rememorando la experiencia y cómo se sentiría y lo que pensaría el Sr Juan después de que el mensajero le entregara las bragas que yo le había dado impregnadas de mis jugos y de mi olor, y al contarle el mensajero lo que había hecho conmigo. El orgasmo que tuve fue bestial que me quedé dormida. Me despertó el teléfono móvil, y empecé a recordar que no había leído el otro sobre que me había mandado el Sr Juan y ni siquiera había abierto el paquetito que me había entregado el mensajero.


FIN DE LA PRIMERA PARTE

martes, 3 de julio de 2018

Tocamientos en el Metro

Hace algún tiempo me trasladaron a una oficina en el centro de la ciudad. Me resultaba francamente difícil encontrar aparcamiento en la zona donde se encontraba el nuevo despacho al que me habían trasladado. Además, tenía que madrugar pues estaba más lejos de dónde yo vivía y tenía que desplazarme en metro cada día.
No estaba acostumbrada a utilizar el metro tan temprano, por lo que el hacinamiento de gente a esas horas me pilló totalmente por sorpresa. Allí, apretujada entre la muchedumbre, me sentía fuera de lugar, por lo que tardé bastante rato en darme cuenta de que un astuto viejo que estaba detrás de mí me estaba sobando el trasero sin ningún disimulo. Este anciano, bajito y delgado, que apenas me llegaba al hombro, usaba ambas manos para magrearme a conciencia, deslizándolas arriba y abajo por mis glúteos para no dejar ni un solo centímetro sin palpar. Estaba tan sofocada por sus manejos que no sabía cómo reaccionar, por lo que decidí ignorar sus manoseos con la esperanza de llegar cuanto antes a mi destino. Al bajar me giré y pude ver como el muy golfo me despedía amablemente con una mano mientras me dedicaba una picara sonrisa.
Durante los días siguientes no importaba que me adelantara o retrasara unos minutos, el pícaro vejete esperaba el tiempo que fuera preciso para entrar conmigo en el metro. Allí, en vista de mi pasividad me sobaba a placer el culo, hasta que llegaba por fin a mi parada. Su osadía no conocía limites, por lo que pronto tomó la costumbre de bajarme la cremallera posterior de la falda, para meter mejor sus manos dentro de mis vestidos. Me embargaban sensaciones muy raras mientras sentía sus dedos hurgando a través tela de mis braguitas, deslizándose a un lado y a otro para magrear mis prietas carnes a conciencia. y a mí pesar no todas eran desagradables. El día que empezó a introducir sus dedazos por debajo de mis bragas, alcanzando la sensible carne de mis nalgas creí que me moría de vergüenza, no solo por lo que él me hacia, sino por lo que yo sentía.

A la mañana siguiente iba tan cansada y confusa a la oficina que casi puedo decir que no era yo. O al menos no era consciente de lo que hacia. La prueba de lo que digo está en que no solo no me sentí ofendida por los habituales manoseos del viejo en el metro, sino que separé un poco mis piernas, lo justo para que sus hábiles dedos recorrieran a placer el estrecho canal que separa mis nalgas. A la mañana siguiente, y como ese día iba a dar una vuelta con una amiga, me puse uno de mis vestidos mas veraniegos. Éste, que apenas me cubría las rodillas, llevaba una larga cremallera posterior, de la que no me acordé hasta que el ladino viejo empezó a bajármela en el metro. Algo extrañó me estaba ocurriendo pues a pesar de mi intenso rubor, separé las piernas nada más sentir sus dedos sobre mi piel desnuda. Supongo que le di demasiadas facilidades al afortunado individuo, porque pronto pude notar como sus dos manos hurgaban bajo mis bragas. Una de ellas se apodero enseguida de mi parte más íntima, explorándola como sólo éste sabia hacer, mientras la otra mano exploraba mi estrecho canal posterior, jugueteando con mi orificio más oscuro. Sus hábiles caricias pronto me llevaron al borde del orgasmo, obligándome a agachar la cabeza y morderme los labios para que nadie se diera cuenta de lo que me pasaba. Mi respiración se hizo entrecortada mientras me aproximaba al final, aferrándome a la barra para que las piernas no me fallaran en el ultimo momento. Y cuando ya rozaba el clímax el viejo me sorprendió de nuevo. Con un rápido y hábil movimiento saco uno de sus dedos empapados en mis fluidos y lo metió de un solo golpe en mi estrecho agujerito posterior. Sus hábiles caricias y la inminencia del orgasmo me lo habían dilatado tanto que penetró hasta el nudillo a la primera. Este insospechado asalto me provocó un violento e inesperado orgasmo que a duras penas pude disimular. Pues además de muy intenso se hizo interminable, con su largo dedo nudoso meneándose alocadamente en mi sensible cavidad. Fue todo tan inesperado que cuando salió su dedo de mi interior aún no me había recuperado. Tardé aún un par de paradas en salir de mi aturdimiento, y entonces me di cuenta no solo de que me había pasado la mía, sino de que varios hombres me miraban con inusitado interés.


El bochorno y vergüenza que tenía me obligaron a bajarme allí mismo, teniendo que recorrer varias calles antes de llegar a la oficina. Mi último apuro fue comprobar que el viejo no se había molestado en subirme la cremallera, por lo que hasta que no reparé en ello estuve mostrando a todo aquel que se interesara el color de mis bragas. Ese día fue el último que coincidí con el anciano en el metro. Aún no sé el motivo por el que no volví a verlo más, pues muchas veces lo he echado de menos.

Si alguien ha tenido una experiencia parecida me interesa recibir sus mensajes.